Inviernos fríos, primaveras suaves, calurosos veranos, tiempos de sequía y torrenciales. Así es el clima en Jumilla, la ciudad del vino, y así se ha forjado la personalidad de una ciudad y un altiplano conocido en el mundo entero por su denominación de origen.
Pero Jumilla es mucho más que vino. Es historia, es gastronomía, es un entorno paisajístico único, es una encrucijada de caminos, un punto estratégico y de unión entre Alicante, Murcia y Castilla.
Jumilla es un paseo por la calle Cánovas del Castillo, una visita a la Parroquia de Santiago, un espectáculo en el Teatro Vico, todo el legado histórico y cultural que descansa a la sombra de su imponente castillo.
Rodeada de un mar de viñedos, en su término municipal encontramos todavía zonas de naturaleza salvaje, aún sin domesticar, como el Parque Regional de la Sierra del Carche, que por su contribución a restaurar los ecosistemas y la biodiversidad de la flora y la fauna ha sido declarado “Lugar de Importancia Comunitaria”.
Esta comunión entre hombre y naturaleza ha hecho que este rinconcito del sureste de España sea la cuna de sabores inconfundibles, sabores de secano y de monte: vinos de calidad más que contrastada, una pera autóctona con denominación de origen protegida, un queso de cabra al vino de medalla de oro o un aceite de oliva virgen extra que parece auténtico oro líquido.
Pero en cuestión de sabores, Jumilla cuenta, además, con un tesoro que lleva escondido más de 200 millones de años. En el interior de la sierra, donde palpita el parque, encontramos el diapiro salino de la Rosa, la cuna de Milenia, una sal que se ha mantenido pura, limpia, aislada del entorno y de la contaminación para llevar a tu mesa todo el sabor del tiempo.